Lección 12: Construir personajes I. La base
Descubre cómo crear personajes creíbles y memorables. Aprende a dotarlos de profundidad, contradicciones y propósito narrativo.
11/19/20255 min read
Ninguna historia sobrevive sin buenos personajes. La trama puede ser brillante, el lenguaje hermoso, el escenario original… pero si los personajes no tienen alma, si no respiran, el lector va a ser el primero en saberlo. Por eso, antes de pensar en giros argumentales o grandes revelaciones, conviene detenerse y preguntarse: ¿quién está viviendo (o contando) esta historia?
Laura, nuestra escritora favorita, tuvo que aprenderlo, como siempre, por las malas. Su primera novela tenía una idea poderosa, pero los personajes no parecían personas, más bien eran engranajes al servicio de la trama. Hablaban porque la historia necesitaba que hablaran, se enamoraban porque tocaba o morían porque el argumento lo pedía. Nada de lo que hacían parecía surgir de una voluntad propia más allá de la todopoderosa mente de la escritora. Y ahí comprendió que los buenos personajes no se mueven por lo que el autor quiere que pase, sino por lo que ellos necesitan hacer.
Crear personajes vivos implica aceptar que no siempre obedecerán. Que, si están bien construidos, tomarán decisiones que quizá te sorprendan o incluso te incomoden como escritor, pues su personalidad se va desarrollando conforme pasan las páginas. Pero eso es precisamente lo que los hace reales. Tienen deseos, contradicciones y miedos que van más allá de tu control.
En esta lección te voy a dar una serie de pistas iniciales para la construcción general de un personajes, exponiendo algunos ejemplos memorables que han marcado el camino correcto de la forma en la que un individuo debe evolucionar para resultar creíble en una narración ficticia.
El corazón de un personaje comienza en el deseo
Todo personaje memorable quiere algo. Y lo quiere con una intensidad que sostiene toda la historia. Puede ser algo pequeño —ser aceptado, ser amado, encontrar su lugar— o algo enorme —vengar una injusticia, cambiar el mundo—, pero ese deseo es el motor que los empuja.
Piensa en Raskólnikov, de Crimen y castigo: un estudiante que mata para probar su teoría sobre el poder y termina enfrentándose a su culpa. O en Emma Bovary, que desea una vida más intensa que la gris existencia que le toca. O en Walter White de Breaking Bad, que empieza siendo un profesor de instituto amargado y termina construyendo un imperio de meta (aunque este personaje daría para una tesis entera sobre la buena construcción y evolución de personajes).
Todos ellos son diferentes, pero comparten algo esencial: desean algo con una fuerza que los arrastra incluso hacia su propia ruina.
Cuando construyas a tus personajes, pregúntate siempre:
¿Qué quieren, por encima de todo?
¿Qué están dispuestos a hacer —o perder— para conseguirlo?
¿Qué mentira se cuentan a sí mismos para soportar su deseo?
Si respondes con honestidad, tendrás la base emocional de un personaje que comienza a respirar.
La contradicción los hace humanos
Los personajes planos son fáciles de detectar: siempre actúan igual, dicen lo que se espera de ellos y no dudan. Pero todos sabemos que la vida real no funciona así. Nadie es completamente valiente, ni cobarde, ni bueno, ni cruel. Todos somos una mezcolanza de sentimientos que nunca sabes por donde va a explotar. Los personajes que permanecen en la memoria son los que tienen grietas.
Severus Snape de Harry Potter, es cruel, ambiguo, a veces insoportable… y al mismo tiempo, profundamente leal y trágico. Tiende a seguir sus propios valores y a juzgar a los demás por su vara de medir, pero no es hasta que esas convicciones se rompen, que se queda clavado en el imaginario colectivo con ese Always que nos hizo llorar a todos.
Jay Gatsby del Gran Gatsby, un hombre hecho a sí mismo, idealista hasta la obsesión, dispuesto a construir una vida entera alrededor de una ilusión que lo lleva hasta la más absoluta ruina. Su fachada de hombre perfecto y adinerado solo tiene sentido cuando se muestra qué hay realmente detrás.
Laura descubrió que, cuando añadía contradicciones, los personajes empezaban a reaccionar de manera más orgánica. Un personaje que duda, que se contradice, que miente para proteger lo que ama, siempre resulta más real que uno que solo “funciona bien” en la trama. Las contradicciones es uno de los instintos más humanos. Si las omites, tus personajes se convierten en estatuas de sal.
La acción revela quiénes son
Muchos escritores noveles confunden profundidad con descripción. Piensan que un personaje bien construido es aquel del que sabemos su color de ojos, su infancia y su plato favorito. Nada más lejos de la realidad. Lo que define a un personaje no es lo que se dice de él, sino lo que hace.
“No me cuentes que tu personaje es generoso; muéstrame cómo reacciona cuando tiene algo que los demás necesitan.”
Eso es lo que diferencia la caracterización (datos) de la profundidad (comportamiento). Cuando alguien se ve forzado a actuar, revela quién es. Las escenas donde el personaje debe tomar una decisión o realizar una acción que nos rompe el corazón o nos lo aviva más que nunca, son las que definen como percibe el lector a ese actor de tinta.
Es prácticamente obligatorio que cada historia tenga al menos una escena donde tus personajes tengan que elegir entre dos caminos imposibles. No hay mejor forma de conocerlos que ver cómo actuarían en ese caso.
Empatía y distancia o cómo escribir con compasión
Los grandes personajes surgen cuando el autor los mira sin juzgarlos. Tienes que separarlos de tu propia mente y de tus prejuicios. Vas a tener que escribir personajes detestables o tan alegres que resulten una burla. No son tú, aunque tengan un pedacito de ti.
Tolstói no odia a Ana Karenina, aunque la condene. Nabokov no justifica a Humbert Humbert, pero lo deja hablar. Esa es la clave, entender a tus personajes por lo que son.
Laura lo entendió cuando escribió a un antagonista que, al principio, consideraba “el villano”. Y, al profundizar en sus motivaciones, se dio cuenta de que su crueldad nacía del miedo y de la pérdida. De repente, el lector (o sea ella con el gorro de lectora de su propia novela) ya no lo odiaba, sino que lo comprendía. Ese cambio no solo hizo más complejo al personaje, también dio mayor fuerza emocional a la historia.
Lo que hace inolvidable a un personaje
No es su pasado, ni su físico, ni su ingenio. Es la verdad con la que lo escribes. La sensación de que, aunque no exista, podría hacerlo. De que podrías verlo pasar, si vas caminando por tu ciudad.
Los grandes protagonistas sobreviven a sus autores porque nacen de una emoción genuina y primigenia. Dolor, esperanza, ilusión, amargura, amor... Si logras conectar con eso, el lector también lo hará a través de tus personajes.
Ejemplo de un mismo personaje en tres versiones distintas
Imagina este personaje. Clara, una mujer de 40 años que descubre que su socio ha traicionado su confianza.
En una versión plana, Clara simplemente lo enfrenta, lo despide y sigue adelante.
En una versión más profunda, Clara no lo despide porque teme quedarse sola en la empresa. Lo odia, pero lo necesita.
En la versión viva, Clara hace ambas cosas: actúa con firmeza y lo despide pero pasa noches enteras preguntándose si, en el fondo, también fue culpable por no haberlo visto venir e incluso castigándose por haberlo sacado de su vida, llegando incluso a plantearse readmitirlo.
En la última versión, el personaje deja de ser una función de la historia y se convierte en una persona normal. Y eso es lo que buscamos, la contradicción y la lucha interna.
✍️ Ejercicio práctico
Elige uno de tus personajes y escribe una escena donde tenga que hacer algo que va en contra de TUS propios principios. Algo que sería aberrante para ti, aunque NO para él. Incluso podrías hacer un pequeño relato corto con esa escena.
Si al leerlo sientes que podrías odiarlo y comprenderlo al mismo tiempo, estás cerca del corazón de un buen personaje.
