Lección 1: ¿Cuál es tu verdadero motor creativo?

8/11/20253 min read

Hay una pregunta que, tarde o temprano, todo escritor se hace: ¿Por qué escribo?
Puede que la respuesta parezca evidente al principio —porque me gusta, porque es mi pasión—, pero si rascamos un poco bajo la superficie, descubrimos que la verdadera razón suele ser mucho más profunda, personal y poderosa.

Escribir no es solo juntar palabras bonitas ni seguir una técnica aprendida en un curso. Es un acto íntimo, a veces secreto, que nace de un impulso difícil de explicar. Ese impulso es lo que podríamos llamar el motor creativo, y cada escritor tiene el suyo. Algunos lo encuentran muy pronto; otros tardan años en descubrirlo.

Para muchos, escribir es una necesidad vital. Como respirar o comer. Hay personas que sienten que si no sacan las palabras que llevan dentro, se asfixian. La escritura se convierte entonces en un desahogo, en una válvula de escape para las emociones y los pensamientos. Es el lugar donde se ordena el caos, donde lo incomprensible empieza a tener sentido.

Otros sienten el impulso de contar historias. De inventar mundos, dar vida a personajes o explorar realidades alternativas. Contar historias no es solo entretener, también es compartir una visión, transmitir experiencias y conectar con los demás.

También está quien escribe para buscar sentido. Para entender lo que le pasa, para explorar preguntas difíciles e iluminar rincones oscuros de su propia vida. La escritura aquí actúa como un espejo: muestra lo que somos y, a veces, lo que podríamos llegar a ser.

Sin embargo, no todos los motivos son internos o filosóficos. Algunos escriben movidos por el deseo más banal. Publicar un libro, firmar ejemplares, ver su nombre en una portada y ser reconocido también es un motor creativo lícito. Conectar con lectores, crear comunidad, sentirse parte de algo más grande o el mero activismo.

Y todos estos motivos son igual de válidos. No hay una “razón correcta” para escribir. Hay tantas razones como escritores, y todas tienen su valor.

Conocer tu motivo para escribir es como tener una brújula. En los días buenos, te impulsa a avanzar más rápido. En los días malos —cuando el bloqueo creativo o la desmotivación golpean—, te recuerda por qué empezaste.

Si escribes solo para agradar a otros, quizá te frustres cuando no recibas la respuesta que esperas. Si escribes solo para ti, quizá te sientas incomprendido. Por eso es útil saber de dónde nace tu motor y cómo alimentarlo. Cuanto más clara sea tu razón, más fácil será mantener la constancia y la motivación.

Pero, pero , pero no te preocupes ni te estreses, amigo escritor. Si ahora mismo no tienes clara tu razón, es totalmente lógico y normal. Aunque para amenizar las cosas, prueba este ejercicio:
Abre un cuaderno o un documento y escribe la frase “Escribo porque…”. Completa la frase al menos diez veces, sin pensar demasiado. No busques ser elegante ni profundo; solo escribe lo que salga. Al final, entre todas esas respuestas, verás asomar tu verdadero motor creativo.

Guarda ese párrafo. Léelo cuando sientas que has perdido el rumbo. Será tu recordatorio personal de por qué vale la pena seguir escribiendo, incluso en los días en que las palabras parecen no querer salir.

Para finalizar la lección, algo que debes tener en cuenta es que tu motivo para escribir no es algo fijo. Puede cambiar con los años, con las experiencias, con las lecturas... Quizá hoy escribes para sobrevivir a un momento difícil y mañana lo hagas para celebrar la vida. Lo importante no es que sea siempre el mismo, sino que siempre esté vivo.

En el fondo, escribir es un viaje que se reinicia cada vez que abres un documento o una libreta. Es un acto de valentía, de curiosidad y, muchas veces, de amor. No importa si lo haces para cambiar el mundo o para salvarte un poco cada día: mientras tu motor creativo siga latiendo, la escritura seguirá siendo tu hogar.